Blog dedicado a los trabajos de investigación de autores nacidos en la Isla de San Pedro de Coche.
lunes, 23 de agosto de 2021
LA BELLA IGNORADA / Felipe Méndez Quijada
PRESENTACIÓN
En el vasto océano de la creatividad popular, la Federación de Centros Culturales del Estado Nueva Esparta cumple veintiún años de existencia como baluarte de la idiosincracia neoespartana y agente generador de iniciativas y luchas en favor de nuestro pueblo.
Es una honra, entonces, al celebrar este aniversario, abrir las anchurosas puertas de nuestro Fondo Editorial "Gabriel Bracho Monde!” al maestro cochense Felipe Méndez Quijada. Hemos hecho aquí un difícil'trabajo de .selección de estos escritos que cantan a la Isla de Coche en la belleza de sus paisajes, de su gente, de sus costumbres y tradiciones. Nos asiste la seguridad de que este aporte será valorado como fiel exponente de las expresiones populares y un enriquecedor tributo al patrimonio literario neoespartano.
El Fondo Editorial de nuestra Federación contó para esta edición con la colaboración de Promoción Socio-Cultural Churuata, asociación con la que esperamos seguir emprendiendo tareas en pro del desarrollo cultural.
FEDERACION DE CENTROS CULTURALES DEL ESTADO NUEVA ESPARTA (FEDECENE)
XXI ANIVERSARIO Septiembre, 1987.-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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LA BELLA IGNORADA
Muchos la desconocen. Otros la ignoran.
Cuántas veces, por conocerla y sentirla, he sentido en carne propia el punzazo lacerante, doloroso e inhumano cuando aquellas que la desconocen o la ignoran, minimizan con frases despectivas el gentilicio cochense. Salpican con su detritus verbal la pureza de un pueblo que se levanta orgulloso y bravío de las salinas aguas de su Mar Caribe. Que se yergue sublime y paciente ante el olvido de los entes oficiales. Que ha antepuesto a la pobreza y a los sufrimientos, el escudo indestructible de su-admirable estoicismo.
Cuántos profesionales, técnicos, obreros calificados o no, han negado su concurso para el engrandecimiento y el progreso de este generoso pueblo, aderezando su negativa con esta injusta frase: “Pa’ Coche, ni amarrao”.
Pero sin duda, tan nefasta manifestación es hija del desconocimiento de una región que no es culpable de la ignorancia de nuestra Geografía. También de nuestra Historia.
El prejuzgar, el emitir un juicio sin conocimiento de causa, puede dar a luz una injusticia, y este pedazo de tierra, árida en su constitución física, fértil en la grandeza y bondad de su gente, no tiene nada que envidiar a otras comunidades, a no ser, la protección y atención oficial de que son objeto y de la cual, desgraciadamente, esta bella isla carece
No obstante, abnegada tierra, tus hijos, los que pariste en Punta Honda, El Olivo, El Bichar, Güinima, El Guamache... y los que como yo, nos hemos acogido con orgullo infinito a tu adopción, levantaremos con firmeza nuestra voz hasta lograr que comprendan que Tú eres una Madre generosa, que tus descendientes han dado lustre al gentilicio venezolano. Que han logrado puesto preponderante en la música, en la poesía, en las ciencias. Que han ofrecido desinteresadamente sus brazos y mentes al servicio del desarrollo y engrandecimiento de infinidades de pueblos de Venezuela y el mundo.
Algún día, islita olvidada, tendrán que rendirse ante la evidencia de tu belleza. Tendrán que admirar la hermosura de tus playas, la esplendidez de tu gente, la riqueza de tu suelo. Y tú, a todos perdonarás, porque eres generosa; mucho tiempo hace que las aves que acarician tus olas con sus besos, llevaron mar afuera tu rabia y tu rencor.
TRAS LA VENTANA QUE SE ABRE AL MAR
La ventana por donde se escapa la vista tras la nube que se aleja contagiada de tristeza, hasta más allá de la confluencia de los dos azules, volvió a ser la entrada libre del rumor de la ola que casi moja de salpicaduras saladas la salmentosa madera que se abre en dos al infinito de peces y de estrellas.
Mar y cielo se confunden. El azul que se arrulla entre encajes bordados de algodón, esparce su luz sobre ondulaciones trasnochadas en el azul que se encrespa, mostrando al jinete que galopa sobre lomos espumosos en busca de la ribazón escondida en la agónica visión de un somnoliento rayo de luna amanecida.
Brisa y marejadas encabritan a la pequeña embarcación, anteponiendo entre cardumen y pescadores, un telón intermitente de encanecidas burbujas que curten aún más los pliegues de los rostros expectantes.
Entre la protección que le brinda el frágil rayo de luna que languidece de añoranzas por la noche que se fue, se mueve con frenéticos aleteos, el banco de peces que colorean de rojo y plata a la naciente aurora de dorados rizos.
Mientras tanto, entre resoplidos de cansancio y quejidos de paleros, rueda por la borda la plomada, que con ayuda de las boyas van formando la vertical pared de redes que encarcelan entre ventanas invisibles a los brillantes cuerpos de escamas irisadas que enceguecen de entusiasmo a los labriegos de la mar.
Bajo el aletear de las aves pescadoras, continúan los remos surciendo bozas que tensan los desnudos torsos, van acercando al copo, quen entre la manga larga y la manga chica, arrastra el producto mitigador de un día de hambre.
El agua salada que destilan la agonía de los pescados, resbalan de las maras para juntarse con la avidez de los rostros sudorosos y mojar de fatiga el humo de los tabacos que acunan sus volutas en las alas de los sombreros cansados.
La ventana entre chirrear de goznes oxidados y lamentos de madera carcomida, continuaba contemplando al infinito vestido con trajes de marejadas y nubes soñadoras.
ESTAMPAS DE UN PUEBLO SALINERO
La estridencia del canto de los gallos sobresaltó a la aurora que dormía apacible acurrucada entre el socaire de las colinas y el bullicio de las olas cuando jugaban al escondite bajo la popa de los botes.
El bostezo de la madrugada joven liberó al petate del peso del hombre con su carga de sudor, para que al rescoldo del fogón espantase con el guarapo mañanero la modorra somnolienta que se acunaba en los párpados plegados.
. Ese era cotidianamente el prefacio del martirio. El comienzo de otro eslabón de la cadena interminable de sufrimientos del pobre isleño pescador que muere un poco en la salina, agoniza en el mar abierto y se desangra entre las cuatro paredes de los bares que se anclaron como dragones infernales en el vientre y los bolsillos del sufrido pueblo.
Así, dejando al sueño rondando por el patio cercado de cardones, emprende la marcha. El sombrero bien calado resiste los embates del viento. El aceite de coco embadurna muslos y genitales para evitar desolladuras molestas cuando la salmuera caliente intente abrir caminos lacerantes en las intimidades desprotegidas. La nagüeta remendada flameando al aire su indigencia extrema. La mente fija en la agonía cercana.
El caminar ligero permite que vislumbre pronto los pilotines de sal que se van llenando de luna en el borde de la salina.
El corte, su área de trabajo está allí, bien demarcado, escondidos los tejos entre la ciénaga extensa y el agua caliente que cubre de salado a la azulada laguna.
Comienza de nuevo su martirio-trabajo. Las barras metálicas aguijoneando una y otra vez el piso diamantino que acrisoló la mar con sus cópulas de sol y tiempo. Las palas llenando de salado brillo a las maras que sobre las cabezas de los torsos fuertes, seméjase a trofeos del Olimpo, disputados en carreras de relevos largos.
El golpetear constante de la barra. Las manos que seguían criando callos. Las alpargatas que no resistían el peso del dolor que se enredaba en el pabilo. Las maras llenas de sudor y sal. Las piernas que lloraban sangre y el hombre que ya no podía con el hambre, formaban la pirámide que crecía.
Cada metro cúbico de agonía a cincuenta y dos bolívares... cada mil kilos de sal... un millón de sufrimientos. Cada día un martirio por vivir...
Abajo, en el pueblo que comienza a despertar, se presiente el espectro de la miseria revoloteando sobre los techos acantilados de las pequeñas casas.
San Pedro de Coche enero de 1986
PESCADOR DE ILUSIONES
Escenario: un lugar cualquiera de la geografía cochense donde se mezclan el rumor adormecedor producto del contacto entre la terca ola y la blanca arena de la playa virgen y el graznar incesante del turrilo inquieto.
Entre el batir de la ola y el graznido del ave marina coloca la brisa con cierto dejo de pena, las notas melancólicas que arrancó de la boca de un impenitente madrugador, para contribuir con el embrujo del paisaje. Así, en medio del silencio circundante, déjase oir el canto triste:
“Adiós María Pancha te llevó el demonio, perdistes tus reales y tu matrimonio...”
La nostalgia soltó las riendas de la canción. El ancla liberó al bote de su presidio. Y, se van ambos: La María Pancha de los reales perdidos que se lleva el viento y el peñero, corredor de olas que se traga el mar.
En el bote, el hombre... pescador de ilusiones en el horizonte abierto. El hombre que trata de borrar de su mente enfebrecida el recuerdo lacerante de la mujer, de los hijos. El que nació anteayer que no tiene leche. Los que van a la escuela sin lápices ni cuadernos. Ellos, que se clavan como espinas de erizos en su alma atormentada.
Atrás va quedando la casita diminuta perdida en el resplandor del amanecer. Deformada por las lágrimas que enjuga la mano ruda de pescador salado.
Acá, la embarcación, caballo cerrero con cinchas de redes. Abreolas de espumosa quilla escaladora de mares. Perseguidor de quimeras escondidas entre el silbido del viento y la lluvia. La lluvia que moja sus recuerdos y hace que germine su dolor. Que florezca su amargura.
Sobre las olas que remedan surcos desfilan imágenes de pies descalzos. Caritas plañideras que reflejan hambre y provocan llantos. Navidades sin juguetes que escondan la tristeza dibujando sonrisas en los labios exangües. Noches frías de sueños sin cunas ni cobijas, sin camas ni chinchorros. Sollozos lastimeros .de madre inconsolable. Siluetas todas enfundadas en trajes de sufrimientos.
El aguacero sigue mojando las marejadas de pesadillas que crispan el rostro de expresión sombría. Las olas que remedan surcos espantan a gaviotas y alcatraces que tratan de saciar la sed con lágrimas empapadas de lluvia, mar y vientos.
San Pedro de coche, febrero de 1985
AÑORANZA POR UNA ISLA QUE SUFRE Y CANTA
Afuera, el murmullo de los niños inquietos compite con el silbido de la brisa en su coqueteo constante con las ramas de los árboles.
Adentro, arropado por las cuatro paredes de la oficina, con fruición, me dejo llevar por el embrujo del momento influido por el ritmo pegajoso producto del trinomio árbol-niño-brisa, y cabalgo a lomos de la añoranza grata, del recuerdo placentero que derriba mi tristeza, para posarme allá... en la tierra virgen de soleadas playas. En el pueblo estoico de esperar paciente.
Donde la esperanza eclipsa el sufrimiento. Donde la alegría ahoga al llanto. Donde gaviotas y guanaguanares pregonan al mundo la existencia de una tierra bella que es testigo silente del cantar de sus hijos.
Esa tierra hermosa que parió a Rafael González, para que arrancara de la profundidad de su mar la musa que inspiró a “El Carite de la Lancha Nueva Esparta”. A Vicente Fuentes, que paseó su poesía por toda Venezuela, a lomos de sus olas guamacheras, dando lustre a Margarita y a Coche. A Susano Salazar, el que echó la “Lisa” a la mar para que se caloneara a Baldomero y a Froilán Lunar. Al Dr. José Francisco Marval, que cantaba a su gente apaciguando su dolor. A Eladio González, para que al son de su mandolina soltara al viento a “La Lora de Fa-Fá”. Al músico Abdón Lozada, para que con sus diestros dedos hiciera vibrar las cuerdas de su cuatro y su guitarra para alborozo de los parranderos y madrugadores. A José Moya, que utiliza el ancla como lápiz y la mar como papel para escribir sus composiciones con sabor a “Catalanas”. A Matei to Salazar, para que llene a su luna güinimera de música y diversiones. A Chemané, cuyo aporte en pro del rescate y vigencia de nuestras tradiciones, mereció que se honrara su nombre con el “IX Festival de Diversiones cochense, Ah tierra generosa!, que además de hacer a sus hijos pescadores y salineros, huracanes corredores de mundo, también los hizo intelectuales, para que unos desde afuera la recuerden con cariño y luchen por ella, y, otros desde adentro, mantengan sus tradiciones, las enriquezcan y las echen a volar en alas de sus gaviotas, para que todos sepan que en nuestro bravío Mar Caribe existe una isla que aunque sufre, es toda esperanzas. Aunque llora, es toda alegría. Aunque padece, es toda corazón.
En el patio central de la Escuela, el “Gloria al Bravo Pueblo” puso punto final a un día más de labores... y de añoranzas por una isla que sufre y canta.
DICIEMBRE DEL SENTIR COCHENSE
Las colinas que configuran la geografía isleña comienzan a vestir las arrugas pedregosas de su superficie con el alegre verde de las xerófilas que dormitan bajo el manto inclemente de la furia tropical. Es la presencia inequívoca de diciembre.
Diciembre que sopla brisa y riega tierra para que las jarcias de los barcos anclados en el puerto vibren como cuerdas de guitarra entre los dedos del viento.
Que abre surcos de gaitas y aguinaldos para que el entusiasmo construya acantilados sobre paredes de risa y manantiales de sudores.
¡Diciembre que moja tierra y mares!
Diciembre, que encabrita barcos en la caleta furiosa espantando alcatraces entre crujir de maderos y latigazos hirientes de malabaristas olas.
Diciembre, que con su rumor de fiesta, recorre a Punta Honda y al Botón con la “Catalana” de José Moya, emborrachando a la tarde con el alborozo de las guarichas, mientras se llenan de sol las botellas que van cayendo sobre la arena caliente. ,
Diciembre que es fragor rebosante por la Playa del Medio y Valle Seco, cuando José María, echa a navegar los versos frescos del “Soldado de Mar”, que “se oculta del sol enrollando su cuerpo en un caracol”,
Diciembre que se deja oir en la voz de Nicolás cuando escala al “Carite de la Lancha Nueva Esparta”, a los acordes del conjunto “Los Veteranos” de Abdón Lozada y de Félix Gómez, de Fen Bonito y de Chucho, arrancando del pasado, frente al portal del Olivo, el grito incentivador de: “Alegra Pájaro, Cuicha”.
Diciembre que retumba en el Cardón bajo la estridencia de sus pobladores, cuando calle abajo, al ritmo de cuatro y maracas, furruco y tambor, “La Langosta” de Chemané anestesia con su baile desenfrenado el sufrimiento que se
adivina y hace que aflore a los rostros que transpiran, la alegría que les depara el mes de las tradiciones.
Diciembre, que es alegría y que es esperanza. Que ahoga las penas y sepulta el sufrimiento en la trasnochada y adúltera botella, acariciadora de trémulos labios ahitos de licor.
Diciembre que se pierde como la estela que deja el bote entre las olas furiosas.
FICCIÓN DE UNA REALIDAD CERCANA
El Sol ocultó su redonda cara tras la espalda de la tarde que se mojaba con las olas espumeantes de la Punta del Botón. Dejaba atrás un día como todos los que se suceden en las ciudades donde el trabajo tesonero de sus habitantes traza el rumbo indeclinable hacia el puerto de la grandeza.
Luchando con furia inquebrantable y mano firme contra el virus mortal del ocio, el vicio y la vagancia.
El trepidar de las máquinas de la salina anuncia su canción diaria de esperanzas convertida en sal, refinada bajo los procedimientos más avanzados de la tecnología moderna: rieles, aparatos hidráulicos, molinos eléctricos... sacos de prístina blancura cubriendo de ilusión los rostros sonrientes.
El muelle de Valle Seco, recoge al igual que todos los días el fruto de la faena extenuante y ardua de los pescadores. Montones de cajas de pescados enlatados se acomodan en toda su extensión esperando por los barcos que hacen cola. Ya el pescador tiene mar y tiene redes. Embarcaciones y créditos. Cooperativas y... peces que pescar. Las lanchas arrastradoras fueron devoradas por “El Pez Patriota” de Miguel Rivera.
Por las calles, entre el titilar de los avisos luminosos, maestros y profesores, embriagados por el sutil aroma simbiosis de flor y mar, contemplan extasiados a las miríadas de estudiantes que provenientes del Complejo Vacacional, se mezclan con los de Punta Honda, El Bichar, El Guamache... y surgen las ideas. Se multiplican los planes para aprovechar el tiempo y continuar formando mentalidades claras. Hombres y mujeres con sentido crítico. Emprendedores. Capaces de mantener ese monumental emporio construido a base de trabajo, estudio y amor por una tierra merecedora de todos los sacrificios.
Ese día, de sueños y fantasías, en el edificio sede del Poder Municipal, los ilustres representantes del pueblo discutían con la mesura y la responsabilidad propia de sus altas investiduras, el aporte económico del Estado, para el desarrollo del turismo insular. Las bellezas naturales que se prodigan en el suelo generoso de las antes “Cenicienta del Caribe”, no serán deleite exclusivo de nativos y residentes. Las campañas de promoción de la Geografía cochense, con la finalidad de convertirla en polo de atracción turística, ya comienzan a ponerse en práctica.
Será cuestión de tiempo reducido, el que las postales de la playa El Coco, Punta de la Playa, La Uva, Longaray... recorran al mundo, convirtiendo una ficción en realidad cercana.
ESTAMPAS MARINERAS
El bote que embestía las olas, parecía divertirse cuando se cubría de proa a popa con su ropaje de azul y sal. Cuando crujían las cuadernas ante el ímpetu indoblegable de las testuces espumosas. Cuando vencía con su fuerza de cien caballos el rosario de obstáculos con que la mar quería detenerlo.
Cuando interrumpía la tranquilidad de la ribazón y hacía que los peces voladores cubrieran de sombra al Bajo Caracare.
Así, entre copos de nubes que se alejaban. Entre blancas espumas que se perdían. Entre el silbido del viento que entonaba canciones de sirenas y barcos perdidos, seguía el bote su camino de gozo y de tropiezos.
A sotavento, la bruma matutina cubría de difuso manto al edificio de la salina. A barlovento, más allá de la arisca playa de la Uva, el remanso verdiazul adormecido en la albura de la arena: ¡La Playa El coco, atarrayada en la retina de mis ojos!
El chapuzón del ancla, muy cerca de la Punta del Palo, redimió a la embarcación de su castigo para que contemplase el nacimiento de la aurora, mientras el sedal enrojecía los callos de las manos rudas en el trajín de la pesca.
Pasaba el tiempo a lomos de las marejadas que se perdían en el horizonte y las maras se iban llenando con el gris de los corocoros, el rojo encendido de las catalanas, del acerado brillo de palometas y tajalíes, del entusiasmo contagiante que se resbalaba de los ojos de los pescadores ante el baile incontrolado de una cuna o de algún pargo en el extremo del cordel.
Hipnotizado, continuaba con la vista fija en la Playa el Coco, queriendo taladrar con mi mente ida, el santuario azul donde Rafael González enguaraló a “El Carite de la Lancha Nueva Esparta”.
La tarde se vistió de tristeza cuando el ancla ocupó de nuevo su puesto a bordo de la “Conquistadora”, acompañándonos en el trayecto de regreso antes que el ocaso recogiese los últimos rayos de un día de sol radiante.
ENTRE BRUMAS DE LA PLAYA EL COCO
El éxtasis que nubla los sentidos y que tiende una venda entre el remanso azul de esbeltas olas y la albura de la arena que la brisa peina, es sólo alterada por el corretear de crustáceos asustados que buscan en la granulada alfombra, el agujero protector que disipe sus temores.
Los pasos, con sus descalzas huellas causantes del sobresalto de los cangrejos, detienen su camino bajo el techo blanquiazul tachonado de gaviotas y alcatraces que junto a turrilos y guanaguanares, tratan de romper el silencio que se esconde entre goletas que descansan y corazas de caracoles que brillan al sol, varados en la playa.
La mente que guiaba los pasos escudriña el pasado que ocultan las olas entre esqueletos de barcos perdidos y canciones picarescas de sirenas antañonas, para profanar el santuario azul de la Playa El Coco, donde en cuna de corales y arrullos de madreperlas, nació “El Carite” de la grata tradición.
Abstraído en el silbido de la brisa inmersa la mente en el lienzo natural que adormece el atardecer marino, vislumbro entre la bruma que me envuelve y el sueño que me rinde, la lancha silenciosa de velamen desplegado que batalla en los ramales con anzuelos y cordeles.
La tarde se vistió de fantasía. El mar se embraveció. Los botes que descansan y las corazas de caracoles varadas en la playa, no son ya refugio del silencio. El irisar de nácar y relampaguear de perlas asustan a las olas que lamían la playa y se agitan con violencia los corales, tensando el sedal de inspiración que arrancaba a “El Carite” del anfiteatro marino de tormentosas aguas donde su vivir tenía.
El nombre de “Nueva Esparta” que lucía la lancha, casi ahogado por la intrepidez oceánica, parecía desprenderse ante la furia de los elementos.
La, brisa se convirtió en música de diversión. El hombre, Rafael González, seguro sobre la borda, acompañado por la esquiva musa que a él jamás abandonaba, recogía de la inmensidad azul el producto que habría de eternizarse en la querencia del pueblo: El Carite de la Lancha Nueva Esparta, que salió confiada a recorrer el mundo, danzando entre oleajes de guarichas y ventarrones
PUENTE ENTRE LA ISLETA Y COCHE
El viento arrancaba pedazos de sueño a los manglares vecinos para regar en la playa ronquidos de ostras y pesadillas de alcatraces insomnes, mientras el trajín afanoso de pescadores amanecidos, despertaba a la Ana rubia que comenzó a acicalarse encima de los acantilados de Punta de Mosquito.
La salida del caballero extinguidor de tinieblas, devolvió por completo la vida bulliciosa a Las Marites, que entre el vuelo majestuoso y rápidas zambullidas de aves marinas, contemplaba a la embarcación que remontaba alegremente en busca de los pilotes de salada albura que el horizonte trataba de ocultar tras un extenso velo de distancia y bruma.
El haz retorcido de hilos burbujeantes recolectores de rayos solares que el bote iba dejando, se entretenía recogiendo los colores que despedían las escenas brillantes de lisas y lebranches para tejer arco iris marineros en vano intento por enredarlos en la panda del mandinga que reposaba entre la mura y la proa, pensando en la manera de pescar la altivez de las olas que hacían crujir las cuadernas.
Entre saludos de marejadas que mojaban la brisa acumulada en la paneta, provocando genuflexiones mareadas, entramos a la enigmática caleta donde desandan para siempre fantasmas de ancianos barcos que no encuentran el rumbo viejo que ayer dejaron porque las corrientes marinas escondieron los caminos bajo follajes de algas y barcófagos erizos.
A partir de allí, el velo comenzó a disiparse.
La distancia se acortaba mostrando muy próximo a la borda, la óptica ilusión de un paraje celestial enclavado en el cercano fondo de ciriales, circundado por veredas de langostas y caminos de caracoles.
La bruma, sin el apoyo de la lejanía, permitía apreciar el brillo que sudaban las pirámides sembradas al borde de la salina.
Los cocoteros, que al principio semejaban a gigantes saludando al cielo, parecían invitar a hacer uso del brazo que extendió la tierra, para ofrecer los encantos de la Punta de la Playa, cubriendo el presente en papel de dorada arena con lazos de gaviotas y guanaguanares.
Desde las colinas cercanas, atenuado por la canción del mar, llegaba el coro discordante de gaitas y malagueñas, viajando en compañía de las volutas de humo que expelían los tabacos que se incineraban en los labios de los salineros.
GÜINIMA
La algarabía que fluye incontenible de las gargantas infantiles se diluye entre las piedras que accidentan la calle de Choro-Choro, escondiendo las travesuras que en vano trata de doblegar la aparente rigidez del maestro. En la escuela, sombrero encasquetado en la cabeza del pueblo.
Norte y escuela dan comienzo a la población.
Diríase mejor que la escuela es el norte del pueblo, porque su influencia está allí, en cada bache de la carretera, en la expresión popular bogando entre tonadas y malagüeñas, en la habilidad para confeccionar los símbolos que adornan sus diversiones, en la fe a San Rafael Arcángel, en la integridad del hombre y hasta en el canto de los gallos trasnochadores de lunas y madrugadas.
Es Güinima, nacido como todos los pueblos cochenses, entre arpegios de vientos coimeros y susurros de marejadas bañadas por crepúsculos en el corral de las tardes. De hijos pescadores que prefieren conservar la virginidad de sus mares, para afrontar los peligros inmersos en la canción de resacas traicioneras, allá, en el camino pintado de azul y miedo de puerto Píritu y Guaca, de Uñare y
Puerto Esmeralda.
También ios otros, los hijos que cambiaron la red y el sedal por la atarraya pescadora del saber, emigran como los pescadores de la mar. La calle de San José, que se esconde entre caminos de chivos y caraqueos de gallinas; La
Marina, que se baña de salitre frente a la playa y cuida la iglesia en el recodo de la placita; Choro-Choro, harta de vocales y consonantes; y El Amparo, descansando en el final del pueblo, quedan periódicamente huérfanas de la risa bulliciosa del estudiante que fue a arrancar de la universidad, la ardentía que un día servirá de linterna para alumbrar el camino a la prosperidad.
No obstante, como beso infinito de lapa marina, queda Augusta, cuidando las marejadas de niños, que turbulentos, inundan las aulas de la escuela. También los fantasmas de gallos muertos de Juan Gordlto, acompañaban a Chito y a Mateo Salazar, a pescar la musa marinera escondida en los guiños de las tardes o entre rizos rubios de coquetas auroras.
Definitivamente, el pueblo no queda solo. Cuenta además con el recurso de anmoro
LA BONANZA
El viento, cansado de su eterno trajinar, deposita su fortaleza en el elegante y pausado aletear de gaviotas, buscando, entre la húmeda suavidad del plumaje, el sosiego que espacios y distancias habianle arrebatado en su deambular incierto. Se ahita, así la brisa, de laxitud y sueño, entrela embriagante tersura tejida por hilos de calma y agujas de cálidas plumas.
Poco a poco, la mar se deshace en los pliegues que la erizan, escondiéndolos bajo el manto de silencio que adormece las embarcaciones. Las jarcias en reposo, dejan de producir música, porque los mil dedos del viento ya no tensan las cuerdas que descansan. Pareciera que los diapasones de los mástiles se convierten de repente en velas mirando al cielo... en cirios gigantes, cuya luz se ensombrece con el vuelo sin aire de los alcatraces. Solamente se percibe en la bahía, el ruido que dejan las lisas al saltar fuera del agua.
La calma, escondida en la carretera de cielo de las nubes, navega ahora sin timón sobre la pereza que absorbió a las olas, dejando a la mar huérfana de la resonancia de los acantilados trasnochadores de ostras, del silbido de las quillas que no encuentran marejadas que escalar, de la raya de diamante y sal que traza el bote con la prospela sobre el azul cuando se encrespa, de la ribazón de ruidos que mantiene al marino expectante sobre la mura.
Es la bonanza, premonición de agazapadas tormentas achicando nubes. Viento-sin alas reposando en la quietud oceánica, o en la flacidez del cabo donde el bote cabecea. Ardentía corriendo tras los pies del pescador cuando la atarraya rompe la maraña de silencio pegada a la noche que se acerca.
Bonanza que es paz anclada en el aire... que es agosto con las redes de los días, pescando ventarrones sobre el descuido de las olas.
BICHAR
Pareciera que la mar por temor a las tempestades hubiese buscado refugio en la hamaca de bahía y calina que se cuelga desde el final del cerro-pintado de mejillones, hasta el extremo norte de la albufera de El Saco,para enterrar su temblor de marejadas cerca del rescoldo de fogones olorosos a lisas fritas.
Las casitas, como cuentas de rosario, hacen pensar en la posibilidad de que fueron arrancadas de la fantasía de una canción de cuna para ser colocadas, a manera de empalizada, entre la mar que madura huevas en el vientre de las lisas y el cerro guardador de balidos bajo la sombra de tunas, guamaches y cardones.
La cuenda negra que se echa a rodar pendiente abajo, abre una herida de asfalto que divide en dos al pueblo: al Oeste, las casitas acurrucadas a las quillas de los botes que van formando con ayuda de las olas que revientan, castillos de arenas que la mar deshace, Al este, el cerro que despeña quebradas resecas de erosión, cobijando cantos altaneros de gallos madrugadores... el cerro que acoge como gaviotas empollando la urbanización que varó el rebozo en un descuido del INAVI. Bichar Nuevo, mirador del viejo que se aferra a la cabuya dejada por la esperanza escondida en la fábrica visionaria enlatadora de ilusiones.
Entre las dos partes del pueblo, el que duerme bajo el chasquido de tenazas de cangrejos en las noches de ribazones y el que se encarama en el cerro sepultando huellas de chivos, navega el viento con remar cansado en busca del lodazal de El Saco, para arrancar en la quietud salada el silencio de mil años que acunó la mar sobre el conchal del longo.
Tiempo y pueblo se confunden. Tiempo de siglos elevándose en el humo que fabrican los fogones. Tiempos idos descansando en la modorra que maduran las canas sobre los tures ya viejos. Pueblo que mira a la mar, donde juegan la ardentía y los fantasmas de lisas con el mandinga tendido sobre las olas burlonas. Pueblo de adoración perpetua a la Virgen del Rosario, hacedora de las calmas donde se enreda el pescado.
San Pedro de Coche, diciembre 1986
EL GUAMACHE
El cerro se despegó de la empinada curva para mostrar desde el sombrero de tunas y cardones, al pueblo, acomodado como le dio la gana, entre laderas pedregosas, explanadas arenosas de nacarado brillo y marejadas impulsadas por coletazos iracundos de jureles perseguidos.
El viento, allí se convierte en quejidos de paleros para recitar poemas de Vicente Fuentes, mientras las gaviotas, incansables vigilantes de las andanzas de embarcaciones y mareas, se trasnochan siguiendo la borrachera de notas que hábilmente va arrancando Tellito del cuatro que llora arpegios.
AsÍ, entre músico y poesía uniendo dos generaciones. Escalonando cerros. Enterrándose en el brillo dorado de la caliente arena. Mojándose en el sudor de las olas que levantan los acantilados de Zulica, se sembró El Guamache. Y nacieron hijos que entregó a la mar para que se curtieran de sol y sal en el tres puños de cólera oceánica. Para convertirlos en intrépidos jinetes cabalgadores de encrespadas olas. Para hacerlos expertos de la boza y el mandinga... perseguidores incesantes del carite y el jurel, del pargo y el corocoro. Pescadores del tiempo y de la vida misma.
Ese es El Guamache, que se acomodó desafiante frente al morro de Chacopata, para gritarle a Tierra Firme, aprovechando el trampolín de Isla Caribe, que allí, entre caricias de viento fresco, bulle un pueblo fuerte en su constitución física. Firme en su devoción a El Corazón de Jesús. Indoblegable ante la furia de los elementos. Defensor incansable de sus valores autóctonos. Oregulloso de su ancestro y de su gentilicio: pero en espera siempre de la justicia humana.
Allí está, con su cerro de Mencho siempre vigilante del vuelo de los alcatraces. Con sus calles, guardando aún la prisa de los pasos de Alejandro Brito, cuando se confundía con la noche para repartir pedazos de caridad a los menesterosos y adoloridos. Con su punta e’ Machú, adormecida por el canto de los guanaguanares que juguetean con las notas del pentagrama olvidado por Tellito en la orilla de la playa. Con su Centro Cultural escondiendo en los intersticios de pisos y paredes, la imagen de Campito, que destila caleta y sal. Con su Bajo er Ccy, evocando, entre ciriales y madreperlas, la figura del poeta Vicente Fuentes, cuando dibujaba en sus versos la geometría del vuelo de las gaviotas, el azul manchado de blanco de la mar que lo arrulló, la blancura impoluta de la arena, la nostalgia cabalgando en noches de luna llena y la expresión del hombre cuando se caloneaba la tarde.
Poesía y música, tristeza y alegría, trabajo y siempre trabajo conforman la esencia de un pueblo generoso, donde el desprendimiento y la lealtad bogan aferrados a las cálidas marejadas que inundan los rostros curtidos.
[Indice
Presentación 3
La bella ignorada 4
Tras la ventana que se abre al mar 5
Pincelada de sufrimiento en bello lienzo 6
Se varó el tiempo entre cactus, erosión y mar 7 Estampas de un pueblo salinero 8
Pescador de ilusiones 9
Añoranza por una isla que sufre y canta 10
Diciembre del sentir cochense 11
Ficción de una realidad cercana 12
Estampas marineras 13
Entre brumas de la playa El Coco 14
Puente entre La Isleta y Coche 15
Güinima 16
La Bonanza 17
El Bichar 18
El Guamache 19
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